El día que visité Auschwitz, una cosa que hizo nuestra visita
más espeluznante fue la lluvia. Comenzamos la visita con un sol radiante, pero en cuestión de minutos comenzó a caer una
tormenta enorme. En la primera foto se ve como el cielo empezó a oscurecerse. En el momento que empezó a caer la tormenta, la imagen del campo fue la siguiente: gente intentando taparse, corriendo entre las alambradas para entrar a los barracones para refugiarse, jaleo...Y es entonces cuando piensas lo que debieron pasar los prisioneros de este campo, no solo con la lluvia, sino también con el frío y la nieve. Cerrabas los ojos y casi te imaginabas que estabas allí.
Tras un rato refugiados en un barracon para evitar mojarnos más, la lluvia paró y pudimos continuar nuestra visita. Ahora caminábamos entre charcos y barro.
Esa tormenta nos sirvió para ver lo duro que podía ser algo tan insignificante como la lluvia allí en Auschwitz. Cuando llueve nos podemos poner botas de agua, usar abrigo o un paraguas. Allí no habían abrigos, algunos incluso ni tenían zapatos y mucho menos paraguas.
Caminas por las calles de Auschwitz y piensas en las miles de personas que habían caminado antes que tú por esas calles. Algunos de camino a las cámaras de gas, otros al bloque 11 (la cárcel en la cárcel), otros al bloque 10 (experimentos), otros hacia la pared de los fusilamientos y otros hacia los trabajos forzados.
Cada parte de ese campo es importante porque alberga una historia, muchas por desgracia desconocidas de gente que nunca podrá dar su testimonio. Caminar entre barracones y alambradas sabiendo lo que albergaron, es sin duda una experiencia que te cambia la vida y te hace plantearte muchas cosas.
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